PISADAS SOBRE EL JARDÍN

Por Jesús Alcaide

Teniendo como pivotes de interés la consideración del material cerámico y la reinvención del género paisajístico ( y por ende de los fenómenos de construcción de la naturaleza), la obra de Hisae Yanase se desarrolla siguiendo el esquema de lo que Deleuze y Guattari denominaron como “rizoma”.  

Frente a las construcciones genealógicas y arborescentes, el rizoma es una raíz subterránea ramificada en todos los sentidos, hasta en los bulbos y las concreciones y que como principios fundamentales tiene los de conexión y heterogeneidad ( cualquier punto del rizoma puede y debe ser conectado con cualquier otro), el de multiplicidad ( “los hilos de la marioneta, en tanto que rizoma o multiplicidad, no remiten a la supuesta voluntad del artista o del titiritero, sino a la multiplicidad de las fibras nerviosas que forman a su vez otra marioneta según otras dimensiones conectadas con las primeras”), principio de ruptura asignificante ( un rizoma puede ser roto o interrumpido en cualquier parte pero siempre recomienza según ésta o aquella de sus líneas) y principios de cartografía y calco (un rizoma no responde a ningún modelo estructural o generativo. Es ajeno a toda idea de eje genético, como también de estructura profunda). 

Cuenta un conocido cuento oriental que un maestro zen le pide a su discípulo que limpie el jardín del monasterio. El discípulo así lo hace, dejándolo en un estado impecable. El maestro no quedó satisfecho y le manda realizar de nuevo la limpieza, una segunda vez, y luego una tercera. Desalentado, el discípulo se queja alegando que no hay nada más que poner en orden, nada que limpiar en ese jardín, ¡Todo está hecho!. EL maestro le responde que falta una cosa. Sacude el árbol y algunas hojas se desprenden tapizando el suelo. Ahora el jardín está perfecto, concluye el maestro. 

Creo que pocos textos podrían ilustrar mejor la nueva exposición que Hisae Yanase presenta en la galería Arte 21 de Córdoba con el título de Jardín silente. 

El orden perfecto sólo existe al lado del desorden, la razón siempre madura en las ramas del sueño y en la colección de piezas cerámicas y pinturas que Hisae Yanase ha construido, una vez más se pone de manifiesto que a la hora de enfrentarnos con estas piezas árticas y casi glaciales, hay que congelar el sentido de la vista, colocar la mirada bajo cero y activar otros sentidos, olvidados por la estética occidental, pero presentes en las construcciones de los jardines orientales, esos que Hisae recuerda de una manera quizás melancólica, porque en Córdoba, esa ciudad que compartimos, no hay cumbres nevadas, sólo borrascosas. 

Un jardín de flores híbridas y monstruosas, un jardín de óxidos y barro, un jardín en el que salen a pasear los sentimientos más contradictorios, un jardín en los que el silencio ensordecedor del que hablaba Mishima será el único que nos pueda acompañar para atravesar sus infinitas líneas de fuga.

Flores que parecen salidas del fondo del mar. Flores pétreas y cuasi carnívoras. Flores que no son tales, porque no se volverán mustias el día después de San Valentín. Flores corazón y coraza. Flores que Hisae ha construido con un material, la cascarilla cerámica, residuo inutilizado por los fundidores en bronce que en su jardín aporta una extraña fragilidad, la de esas flores que se romperían en pedazos si alguien las lanzara contra el suelo. 

Pero como he dicho anteriormente, frente al aparente desorden de este jardín, con reminiscencias del de las Delicias que pintara el Bosco o de los surrealistas paisajes de Max Ernst, como aquel maestro zen nos enseñó, aparece el orden de los formatos pictóricos, de las series “Niebla fecunda” y “Semillas”, imágenes con las que Hisae se interesa por los fenómenos de la construcción de ese paisaje, por la polinización de significados que hace que todo aquello florezca, por esos deseos que vuelan sobre nuestras cabezas paseando por el jardín silente. Hace tiempo que Hisae ha estado coleccionando estas semillas. Ahora, ya podemos pasear por el jardín.