PERVERSA BELLEZA NATURAL

Por Ángel Luis Pérez Villén

 

Aunque su presencia suele ser habitual en el panorama expositivo de la ciudad, lo que en esta ocasión nos presenta Hisae Yanase en la Galería Arte 21 rompe la tónica de sus anteriores muestras. En Jardín silente se reúnen numerosas obras bajo diversos formatos pero básicamente son pinturas y esculturas, y la novedad no lo es tanto en relación a las disciplinas – la pintura no ha sido muy habitual en su entorno creativo – que también, como por el sesgo que ha tomado su discurso plástico. Comencemos por las pinturas, de las que ya aprehendimos algo al contemplar su anterior exposición individual – celebrada el pasado año en la galería sevillana Vírgenes – en la que mostraba pequeños formatos, de los que las obras expuestas en Córdoba pueden considerarse descendientes inmediatos. Eran aquellas pinturas la máxima expresión de la sugerencia, son éstas inquietos ejercicios de belleza, elegantes movimientos de color que, casi como aguadas sombras suspendidas sobre grafismos y veladuras de papel, conforman una suerte de dulce extravagancia agresiva.

En estas “Semillas” de Hisae Yanase germina el gesto del dibujo, tan pronto diestro a perfilar lo que podría sugerir el registro de un conjunto de huellas pertenecientes al mundo vegetal, como a hacer resonar el silente espectro de un aturdimiento de los sentidos que disloca la percepción de la naturaleza y que transmite la impresión del vacío como si se tratase de una protuberancia. La serie “Niebla fecunda” redunda en esta misma línea pero a mayor escala y ahora sí que son perceptibles a simple vista esos bosquejos imperecederos de rastros vegetales que prenden en la memoria. La única diferencia de estas obras con las precedentes que hace un año se mostraron en Sevilla es la progresión a la hora de limpiar la composición, la reducción de los elementos con los que articular la representación, la restricción del registro cromático y la pérdida de protagonismo del aparato gráfico, que ha pasado a ocupar la dimensión del punctun fotográfico de Barthes en la obra reciente.

Ese detalle insignificante que a primera vista pasa desapercibido pero que a medida que insistimos en mantener la mirada comienza a cobrar protagonismo es el que detenta el dibujo en la obra de Hisae Yanase, un registro gráfico que gusta del deleite de los pormenores por más que éstos no redunden en una trascripción descriptiva del origen de lo representado, por más que sólo atisbemos a reconocer elementos de un mundo vegetal que bien podría relacionarse con la germinación de las semillas. Son éstas – junto a otros pobladores sin censar aún – quienes habitan el jardín silencioso – que no sedante jardín – de la autora. Como acertadamente señala Jesús Alcaide en el texto de presentación, el elemento paisajístico siempre ha estado presente de alguna manera en su plástica. Es lógico que persistan ecos en su memoria que hagan germinar estas semillas hasta situarlas esparcidas entre las dos dimensiones de la pintura.

Pero las “Semillas” que crecen en la “Niebla fecunda” de Hisae Yanase no poseen todas el mismo aspecto. Sendas series tienen su correlato, que respeta incluso los formatos, en otras homónimas, en las que los cambios resultan evidentes. Por lo pronto el recurso de la representación, destilado por la impronta de la sugerencia en una sutil aproximación al mundo de la abstracción, que caracteriza las series precedentes, deja paso en estas nuevas a una predisposición a distorsionar cualquier tipo de acercamiento a la obra que pretenda basarse en estos parámetros. En cualquier caso hay una diferencia más explícita entre las series en cuestión y es la que se refiere en exclusiva a su estética. Mientras que las primeras se hallan inmersas en unas coordenadas que podríamos entender como orientales – un espacio cultural y mental frecuentado por la autora y del que no desea prescindir – estas otras prescinden de dicha estética y se sumergen en un ámbito sin referencias inmediatas que apunta al territorio de la abstracción. Un mundo en el que las semillas, aisladas y superpuestas mediante pinceladas, grafismos y veladuras de papel, como gotas de lluvia suspendidas sobre el fondo, componen la melodía en la que la niebla fecunda detiene el tiempo.

  

Si las pinturas inauguran una nueva etapa en la obra de Hisae Yanase, otro tanto sucede con las esculturas. La serie “Caverna” es el testimonio de ese eslabón necesario para reconocer su anterior dedicación a dicha disciplina, porque si quisiésemos rastrear entre las actuales los ecos de su trabajo precedente sólo podríamos atestiguar la pertinencia de declararlas como suyas, por más que hurgásemos en las coincidencias. Quizá la única sea esa atracción por horadar el espacio, por desnudar la escultura, mejor dicho, por desubicar su interior hasta hacerlo superficial como la piel. El resto son todo diferencias. La primera se refiere a los materiales empleados – alúmina, sílice, hierro y bronce – y después está la formalización que adopta perfiles entre lo orgánico, lo filiforme y lo surreal. Volviendo sobre aspectos materiales, hay que decir que el procedimiento se nutre de investigaciones liminares sobre la fundición en bronce, pero esto no debería sorprendernos porque conocemos la inquietud artística de su autora, que nos tiene acostumbrados a indagar sobre técnicas y medios de expresión al margen de los estipulados.

En esta ocasión se trata de recuperar lo que habitualmente se desecha en los procesos de la fundición en bronce – en su día ya lo hizo con restos de cerámica popular japonesa – y dotarlo de una nueva entidad mediante sucesivas transformaciones. Esta serie de esculturas, denominada “Flora” evoca algunos de los objetos y la animalística de ese otro jardín, también inolvidable, que nos brindó El Bosco. Pero a esta referencia hay que añadirle la inmediata del título que la nombra, la urdimbre vegetal que florece envuelta en el misterio de lo orgánico e incluso la que apuntaría a préstamos de seres ignotos como los que pueblan los relatos de ciencia ficción. Formas botánicas y cuerpos oblongos y filiformes, enquistados en su fruto o abiertos a la contradicción de otras formas que los complementan por contraste. Esculturas que nos producen turbación e inquietud, turbación ante la perversa belleza de estas formas caprichosas y por la experiencia descarnada de lo que sin tener la certeza absoluta se nos antoja peligroso o inquietante. Excitación por intuir que tras esa belleza mineral se oculta agazapada la sombra de la razón, el eco dormido de la memoria, la perenne vigilia del tiempo.