LA MEMORIA DE LOS VIVOS.     Hisae Yanase

Por Jesús Alcaide

 

Quizás uno de los lugares que más impresiona al visitante al Museo Arqueológico y Etnológico de Córdoba sea la sala tercera dedicada al mundo funerario romano.

En este lugar, ante el Columbario, Hisae Yanase ha instalado Contenedores del alma, una serie de piezas que realizó en el 2002 y que anteriormente pasaron por lugares emblemáticos de la ciudad como la Ermita de la Aurora o formando parte de importantes exposiciones como C004 en la Sala Puerta Nueva en el 2004.

Contenedores del alma es una interpretación contemporánea de las urnas cinerarias como las que el Museo Arqueológico presenta en el famoso Columbario y en las cuales según los rituales de incineración del mundo funerario romano se conservaban las cenizas del difunto, teniendo lugar en la parte anterior de dicha construcción, fiestas, banquetes, danzas y otros rituales con los que se despedía la vida y se daba paso a la otra orilla de la muerte.

Los contenedores del alma de Hisae reinterpretan este legado y lo hacen a través de su mirada oriental, esa que hace que el color oro signifique «renacimiento» tal y como han dejado claro artistas como Joseph Beuys que en su famosa performance «Cómo explicar los cuadros a una liebre muerta» (1965) se cubrió la cabeza con miel y oro en polvo convirtiéndose en ese chamán que a través del poder terapéutico y salvícico de la acción haría volver a la vida a esa liebre muerta, símbolo de la naturaleza en su estado más puro, inteligente y salvaje.

Así junto al oro, presente en algunas de las series de estos años como la que dedicó al año del dragón, destacan en estas piezas la composición aritmética en que se colocan cada una de ellas, trazando un itinerario casi a la manera de las piezas escultóricas de la corriente del minimal, aquí subvertidas y contaminadas por un espíritu más poético.

Viendo los contenedores del alma de Hisae me acordaba de la muerte de las camas numeradas de las que hablaba Rilke, de esas muertes anónimas a las que aludía Estrella de Diego cuando a propósito de la figura de Andy Warhol se lanzaba a estudiar la melancolía que inunda ese mundo ideal de cadillacs, piscinas y otros síndromes modernos “1”. 

Pero si en «Contenedores del alma» se establece una clara referencia a las urnas cinerarias de la sala, en el arco de entrada al graderío, Hisae ha querido seguir investigando sobre el sustrato arqueológico del mundo funerario y lo ha hecho en una serie de dibujos que con el título de «lápida, palabra y ceniza» nos invitan a reflexionar sobre cuestiones como la escritura y la muerte.

Si hay algo que de mis tiempos de estudiante de arte clásico recuerdo es una clase sobre epigrafía funeraria en la que se explicaba como quería ser recordado el difunto en apenas cuatro o cinco palabras. Como prueba de esto la estela del gladiador Actius que se encuentra en esa sala y que termina con la imponente frase «sea leve la tierra».

Quizás en los dibujos que Hisae ha realizado sobre hojas arrancadas de manuales y anales de arqueología, se encuentra el epitafio perfecto, aquel que resuma todo aquello que somos o queremos ser. Aunque como decía Barthes, innombrables son las palabras del mundo. Por eso sólo nos queda asistir en silencio a estas últimas palabras de Hisae. Caligrafía y muerte, recuerdo y cenizas, lápidas y presente.

“1” De Diego, Estrella. Tristísimo Warhol. 1999.

   Jesús Alcaide 2006.