kintsugi: HISAE, poesía sin artículos, sin pronombres

 

“la herida es el lugar por donde entra la luz”

Yalāl ad-Dīn Muhammad Rūmī

(poeta persa, siglo XIII)

 

Su figura menuda no impedía que llenase el espacio con su presencia, con su risa, con su palabra, una palabra sintética preñada de conceptos, de poesía, pero carente de artículos y de pronombres, que se nos antojaban superfluos cuando era Hisae quien hablaba.

Hisae Yanase Sudo, japonesa de origen y cordobesa de corazón, era la viva imagen de esa sabiduría oriental forjada con delicadeza, con suavidad, con una sensibilidad que rezumaba por los poros de su piel tersa, que hacía impredecible cuántos años habían pasado por ese cuerpo menudo, cuyas heridas no se mostraban, al menos de manera superficial.

Su casa, su taller, eran una sola cosa. Lugar de vida compartida con Antonio, y de permanente investigación sobre sus formas de expresión, con el arte de la cerámica como eje vertebral de su trayectoria vital, y también docente. Es difícil separar ambas facetas, por la continua contaminación que se producía en ese espacio esponjado que era su casa-taller, donde el vacío, los patios, eran lo verdaderamente atractivo, de manera que las dependencias se nos presentaban articuladas por ese vacío, dando la impresión de encontrarnos en un medio rural, pese a estar en el núcleo central del barrio de Santa Marina.

Ese era también el lugar donde compartían con los amigos, porque ambos, Hisae y Antonio, eran especialmente hospitalarios, tan amigos que eran de sus amigos, a quienes mimaban. ¡Cuántas veladas compartimos con ellos!, siempre inolvidables por la facilidad con la que fluía la comunicación, y no siempre con palabras.

Porque la cocina ejercía también de catalizador, experta como era para sorprenderte con nuevos platos, algunas veces de fusión entre oriente y occidente, que hemos ido incorporando paulatinamente a nuestra cocina, emulando las recetas que nos desgranaba para hacerlas inteligibles, desde nuestra limitación innata para llevarlas a cabo.

Maestra de la cerámica, sin necesidad de decirlo, Hisae creó escuela al ejercer un cierto sincretismo entre su formación primigenia en un país donde se la considera una de las más bellas artes, relacionada con la transformación de la naturaleza y con la transmisión generacional, y una ciudad con un rico patrimonio, especialmente en su etapa califal, que estudió a conciencia, aprendiendo siempre y experimentando procesos de síntesis, con una mirada inequívocamente contemporánea.

Su cabeza bullía de manera permanente, inquieta, explorando nuevas técnicas, estableciendo relaciones que iban desde una profunda introspección, hasta indagar en los vínculos con la ciudad, con el paisaje, real o imaginario. Y siendo como era parca en palabras, convencida como estaba de que su obra debía expresarse por sí misma, siempre encontraba un título sugerente, sensible, con el que nombrarla: su pájaro de hielo adjetiva nuestro espacio desde hace casi tres décadas.

Muchas han sido las ocasiones en las que hemos podido disfrutar de su obra, sorprendiéndonos siempre, pues la previsibilidad no era precisamente una de sus características. Esculturas que llenaban el espacio, haciéndote partícipe de sus volúmenes o sus planos, cuyos materiales, texturas, colores, ejercían una atracción especial, bien como elementos autónomos, bien formando parte de series, siempre atractivas, ya tuvieran una referencia figurativa, o respondieran al mayor grado de abstracción.

Por no hablar de su relación con el soporte, pues de sus esculturas inicialmente apoyadas, horizontal o verticalmente, pasó a un interés por las figuras que levitaban en el espacio, cargando la atmósfera de densidad.

Tal vez el mejor ejemplo sea el cubo suspendido en el patio de la sede institucional del conjunto arqueológico de Medina Azahara, con el sugerente nombre de Kuchu no Hako, “Caja en el Aire”, ejemplo de colaboración no sólo con sus alumnos, sino también con otros amigos de distintas profesiones. Lástima que fuera solo una instalación temporal, pues dotaba al patio de una luz cargada de matices diversos a lo largo de las horas, dándole vida.

Pero la cerámica no ha sido su único medio de expresión, pues la obra en papel ha ido tomando fuerza en los últimos años, de manera que obra gráfica, poesía y caligrafía delineaban una cierta vuelta a sus orígenes orientales, a sus paisajes, fuesen interiores o exteriores.

Sin embargo, de la misma manera que su piel no estaba tatuada por los surcos de la edad, su alegría innata no evidenciaba esas otras heridas vitales, sufridas pero rara vez mostradas. Porque su trayectoria vital estaba hecha de fragmentos, algunos dolorosos, pero que había sabido recomponer con la técnica del kintsugi: sellándolos con materia noble para recuperar su unidad.

Una materia noble hecha de belleza, de ternura, de amor a su trabajo, de sensibilidad infinita, de una amistad que, como el significado de su nombre, ha hecho eterna.

Hoy nos sentimos huérfanos, pero sabemos que esas heridas suturadas, seguirán filtrando un ápice de su luz.

https://hisaeyanase.com/wp-content/uploads/2020/02/KINTSUGI.pdf